Iniciamos la sección «Adolescentes, hoy» con una entrada acerca de un tema que nos preocupa: la violencia filio-parental.
Cada vez más padres acuden a las Fiscalías de menores enviados por los Servicios Sociales para buscar solución a una problemática que no deja de crecer. Según diversos estudios hasta un 21% de los menores de una muestra comunitaria habrían maltratado física y psicológicamente a sus progenitores, mientras que hasta un 90% habrían ejercido abuso emocional. Lo anterior es si cabe más alarmante, si tenemos en cuenta que solo se denuncia un pequeño número de estas agresiones, que cuando las familias se deciden a poner el problema en conocimiento de la autoridad judicial ha pasado mucho tiempo desde los primeros conflictos graves (una media de tres años) y que en muchas estadísticas las denuncias contra un mismo menor se contabilizan solo una vez, al ser acumuladas «en un solo expediente». Según la psicóloga Barbara Cottrell (2004), puede definirse la violencia filio-parental como «cualquier acto que realiza un menor con intención de controlar a los padres y/o causarles daño psicológico, físico o financiero».
El problema es que esto ocurre, incluso en periodos donde los progenitores suavizan sus actitudes. Además, el maltrato que ejerce el hijo se incrementa con el tiempo en intensidad y frecuencia, poniendo en práctica además tipos de violencia que son cada vez más graves y contundentes. La edad de comienzo, oscila entre los 4 años —en los casos extremos—, hasta los 7 o los 13, en función de los autores. La edad media estaría en un arco que va desde los 11 hasta los 16 años y parece haber acuerdo en que son los hijos únicos y los primeros de la fratría los que tienen mayor probabilidad de convertirse en agresores .
Los tipos más comunes de violencia son la económica (robos, gastos abusivos e injustificados, romper objetos de valor), la psicológica y emocional (humillaciones, gestos y comentarios denigrantes, destrozar objetos con valor simbólico), la verbal (insultos y amenazas) y la física (golpes, empujones, etc), apareciendo esta al cabo del tiempo, después de todas la demás.
Todos los autores coinciden en que las familias monoparentales están sobrerrepresentadas, siendo las madres las mayores víctimas de violencia (de un lado, son físicamente menos fuertes; y de otro, son las encargadas de la educación de los niños). Sin embargo, otros investigadores encontraron que el abuso físico hacia el padre era ligeramente superior al dirigido a la madre. Respecto de los maltratadores, destaca ser el primero de la fratría y los hijos únicos, aunque este extremo ha sido discutido.
Son características de riesgo para convertirse en menor agresor haber sufrido bullying, ser adoptado, tener un grupo de iguales violento, el fracaso escolar, consumir drogas y haber padecido separaciones traumáticas.
Por último, respecto del objeto y finalidad de la violencia filio-parental, mientras que para algunos lo que el menor pretende es «buscar el control», otros sostienen que se trata solo de una reacción defensiva «a la violencia que reciben de su propia familia» o incluso «que agreden para liberarse de una relación con los padres que les agobia».
Pese a la disparidad de opiniones, hay algo en lo que los investigadores están de acuerdo: que la violencia filio-parental es un problema complejo que responde a numerosos factores personales, familiares y ambientales.
En sucesivas entradas iremos analizando cuáles son estos factores.